Me acerco a una de las etapas que más nostalgia me producen como madre. En este 2024/2025 mi hijo mayor cursa el último año de bachillerato en nuestro cole.
Muchas veces le miro y pienso ¿en qué momento hemos llegado hasta aquí? Aún recuerdo el primer día de infantil, con su fruta y su sabanita de la siesta en la mochila, lo que le costó soltar mi mano en la entrada del aula… el paso por primaria, secundaria… con muchas alegrías, algún disgusto… y de repente uno se ve ante una persona libre, independiente, con criterio, llena de valores, con sueños de presente y de futuro… Y esa nostalgia, se convierte en orgullo. Es entonces cuando uno se da cuenta de cómo la educación es capaz de dotar a la persona de todo aquello que es.
Es cierto que los padres somos los primeros responsables de la educación de nuestros hijos. Es en la familia donde se encuentra la raíz de los principales valores que nos acompañarán el resto de la vida. Por eso es tan importante acompañar a nuestros hijos en su proceso formativo. Porque esa relación familia-escuela es la que hace que puedan crecer como personas. La educación es algo decisivo en la vida de las personas y por tanto en el progreso de las sociedades. Su papel transformador es el que hará personas capaces de caminar hacia un mundo más justo y más humano.
A ese binomio familia-escuela, me permito añadir un factor más: la parroquia. Porque nuestro cole no tendría sentido sin ella. Allí se encuentran las primeras aulas donde el padre José Ramón empezó a construir la historia de nuestro colegio. Unas aulas de las que aún hoy hacen uso para el estudio nuestros hijos.
Está claro que las personas necesitamos educación y enseñanza para poder relacionarnos con la sociedad. Como dice el Papa Francisco “educar es un acto de esperanza”. La esperanza de construir un mundo mejor. Una misión que nace también de los valores del Evangelio que impulsa nuestro colegio, y que es un regalo que no sólo reciben nuestros hijos. Porque la comunidad educativa la formamos todos: profesores, alumnos, familias… todo un ejemplo de sinodalidad al que hoy nos llama la Iglesia.
Ese caminar juntos que desde hace 60 años forma parte de la esencia San Ignacio. 60 años formando personas. 60 años haciendo familia. 60 años para celebrar y gritar bien alto: Yo soy del San Ignacio
Irene Pozo Hernández
Mamá ‘San Ignacio’