Qué difícil es que a uno no le entre la melancolía, que le invadan los recuerdos y las ganas de volver a aquellos días, después de haber disfrutado de esos pasillos, esas aulas, ese patio durante más de diez años. Fue allí donde conocí a mi grupo de amigos, con quienes sigo compartiendo momentos desde entonces.
El San Ignacio no es solo un colegio, por lo menos para mí no fue únicamente eso, un lugar donde iba a poner a prueba mis habilidades de estudio, como un colegio cualquiera. Fue y es, un lugar de aprendizaje vital, donde el lema de este no puede ser más acertado: “Tu meta está en la cumbre”, porque no es sino en el proceso de alcanzar la cumbre, la cumbre personal de cada uno, donde te acabas encontrando con tu verdadero yo, donde te conoces a ti mismo.
Guardo con cariño en mi memoria las clases de Lengua con María Luisa, las de Biología con Beatriz, las de Gimnasia con Leticia y Juan, las Matemáticas con Don Antonio, las de Historia con Carmenchu y Dani, las de Física con Jon y Santi, y las de Dibujo Técnico con Blanco. Y cómo olvidar a tantos otros profesores que con su dedicación hicieron de este colegio mi segunda casa.
Hay algo especial en el San Ignacio, algo que lo hace único. Es un lugar que me vio reír y llorar, celebrar victorias y lamentar derrotas, siempre acompañado de mis compañeros y profesores. Ellos fueron testigos de mi evolución y me acompañaron en cada paso de mi camino.
Termino diciendo, que por encima de todo agradezco enormemente a mis padres, que decidieran cuando yo tenía apenas tres años, el apuntarme a dicho colegio, pues si no es por ellos, no hubiera podido tener la suerte de experimentar este lugar.
¡Felices 60!, Quién te ha visto y quién te ve.