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Etiqueta: soy del san ignacio

Lo que a ojos humanos es una catástrofe, con la gracia, es fuente de vida

Era un día de finales de junio de 2013, cuando me entrevisté con Antonio Torres para trabajar en el colegio. Con su forma sutil pero certera, el Señor me puso en el corazón que Él me quería allí, en el Colegio San Ignacio de Loyola de Torrelodones. Nuestro Padre tenía muchas cosas grandes guardadas para nuestra familia y nos las quería dar a través del colegio. Al llegar a casa le dije a Elena: “El Señor nos ha liado en una aventura nueva”.

En 2016, al terminar el edificio nuevo, Elena y los niños entraron en el colegio. Ese fue un año apasionante, lleno de ilusión, retos y muchísima gracia en nuestra familia. Al año siguiente, a Elena le diagnosticaron cáncer de ovario. Nunca hubiéramos imaginado todo lo que el Señor nos quería regalar a través de esta cruz de la enfermedad. ¡Qué importante fue para Elena el acompañamiento de sus compañeros de FP y de sus alumnos, por quienes se desvivía aunque estuviera a mitad de un tratamiento! Era increíble verla sacar fuerzas para acercarse a alguien y, desde su enfermedad, dar testimonio de lo que el Señor estaba haciendo en su vida. ¡Cuánto amor de Dios derramado en nuestra familia a través del colegio! ¡Es impresionante cómo el Señor puede convertir la cruz en resurrección!

Ahora, con Elena ya en el cielo y gozando de la presencia del Padre, y nosotros convencidos de que la muerte es parte importante de la vida donde Dios se hace muy presente, solo se puede decir: “Gracias, Señor, por convertir el dolor en gozo, la ausencia en certeza. Gracias, Señor, por el colegio que nos ha acompañado y nos ha ayudado a descubrir que lo que a ojos humanos es una catástrofe, con la gracia, es fuente de vida”.

Santi Jiménez. Profesor y Padre San Ignacio

Mi “estreno” como profesora

En septiembre de 1979 fallecía mi madre muy joven, y yo, con 23 años, no estaba preparada para vivir uno de los peores momentos de mi vida. A punto de terminar la carrera de Filología Hispánica, me faltaban fuerzas y motivaciones para llegar al final y cumplir mi sueño: ser profesora. Pero, además de tener la suerte de que mi padre, con fortaleza y fe me sostuvo y alentó, don José Ramón, que había ayudado a mi madre hasta el momento de partir, me ofreció en 1981 entrar en el Colegio San Ignacio de Loyola como profesora de inglés, única plaza existente en ese momento. Y ahí empezó mi andadura profesional: una flamante e ilusionada profe de 25 años que intentaba cada día aprender de todo y de todos para lograr el sueño de su vida, partiendo de la más dura inexperiencia.

Cuento la anécdota tragicómica que vivimos Pablo Urosa, tutor ese año de 8º de EGB, y yo, en el viaje de estudios del final de ese curso por Andalucía, y que marcó mi estreno en el colegio. Ahora al recordarlo, nos reímos, pero en aquel momento…lo pasamos fatal.

En las fuentes de La Alhambra de Granada solo se puede beber en las que figura el cartel “agua potable” y por supuesto, no de las fuentes que decoran los patios. Pero nuestra advertencia llegó tarde, ya que, dado el calor sofocante, no tuvieron mejor idea trece de los alumnos, que beber de los chorritos de las fuentes decorativas. No dábamos abasto para advertir que no lo hicieran, pero…ya era tarde, y las consecuencias vendrían después.

El resultado fue que, al llegar a dormir a Sevilla, empezaron a sentirse mal, con fiebre alta y vomitando sin parar. Llamamos a un médico y…lo que nos temíamos…¡una intoxicación! Nos pasamos toda la noche con la cucharita y el Primperán subiendo y bajando escaleras y recorriendo pasillos de la pensión sevillana. Afortunadamente al día siguiente estaban recuperados para poder seguir disfrutando del viaje.

Entonces no había móviles y hacíamos cadena de teléfonos para informar de nuestros pasos a las familias, por lo que advertimos que no dijeran nada para no alarmar innecesariamente a los padres.

Pero…la noticia se filtró y el día que llegamos a Torrelodones teníamos a padres recibiéndonos con agradecimiento por el cuidado a sus hijos, pero a otros, con desagradables reproches por nuestra falta de responsabilidad. ¡Aprendí más de una lección con esta experiencia!

Pero esto no me impidió seguir viajando con mis alumnos año tras año
incansablemente y con la misma ilusión.

Algunos de esos alumnos, que entonces eran solo un poquito más jóvenes que yo, somos hoy amigos del alma: Mariapi Gómez, Pilar Lerma, Manuel Heras, Cristina Miquel…Nos unen los recuerdos, una vida compartida y muchas cosas más.

Mª Luisa Turell Guilleumas

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